Minería espacial: cómo explotar al asteroide del billón de dólares

¿Podrían los asteroides convertirse en una futura fuente de recursos? Algunas empresas, y Luxemburgo, ya están empezando a subirse al carro de la minería espacial, abriendo la puerta a grandes posibilidades pero también a inmensos retos.

Mónica Salomone

“Hay dos cosas que debe saber sobre los asteroides: una es que pueden provocar nuestra extinción; la otra, que pueden hacernos ricos”. De lo primero hay evidencias sólidas –dijo un dinosaurio–; de lo segundo, no tanto. La Asociación Nacional del Espacio (ANS) estadounidense, fuente de la cita, se refiere a la minería espacial, la actividad que según algunos desencadenará la próxima fiebre del oro. ¿Tienen razón? ¿Serán pronto los asteroides una fuente de recursos? ¿Alcanzará la voracidad humana el hogar de El Principito? Lo único claro por ahora es que llevará décadas saber si quienes invierten hoy en minería espacial son visionarios, o locos sin más.
El sistema solar no es ese diagrama de libro de texto en que los planetas evolucionan limpiamente en torno al sol. En el espacio interplanetario pululan millones de cuerpos celestes de multitud de formas y tamaños, sin guardias de tráfico que ordenen sus órbitas. Como mínimo 18.000 de ellos, los NEA –en inglés, Asteroides Próximos a la Tierra–, se acercarán a nosotros a menos de 1,3 veces la distancia al sol. Y quedan muchos NEA por descubrir. La Tierra viaja por el espacio como por una autopista en dirección contraria.
Cada día caen al planeta varios objetos de pocos metros de diámetro, que se desintegran en la atmósfera. Los objetos preocupantes son algo mayores. En 2013 uno de 20 metros de diámetro explotó sobre la ciudad rusa de Chelyabinsk, liberando una energía decenas de veces superior a la bomba de Hiroshima e hiriendo a más de 1.200 personas. Es el mayor objeto de que se tiene noticia desde 1908 –entonces hubo otra explosión similar sobre Tunguska, Rusia–. Ningún programa de detección de asteroides lo vio venir. No en vano las agencias espaciales dedican cada vez más recursos a vigilar el cielo, para que si algún asteroide realmente va a representar un peligro, por lo menos saberlo –que dé tiempo o no de hacer algo, y qué exactamente, da para otro artículo–.
Pero los asteroides, además de desconfianza y mucha curiosidad científica –son restos inalterados del material con que se formaron los planetas hace 4.600 millones de años–, despiertan deseo: “En el espacio próximo hay miles de millones de dólares en forma de metales, combustible y compuestos esenciales para la vida”, afirma el científico planetario John Lewis en Mining the Sky, la obra de cabecera de los aspirantes a mineros espaciales desde su publicación en 1996.
Chris Lewicki, director de Planetary Resources, una de las compañías que declaran tener como objetivo la minería espacial, recordaba recientemente en la revista Science que “en principio puedes hacer cualquier cosa con los metales que extraigas de los asteroides (…). El universo es tu fábrica”. Hay una web, Asterank, creada por un exingeniero de Google y posteriormente comprada por Planetary Resources, que estima el valor de los asteroides teniendo en cuenta lo que se sabe sobre la composición de cada uno, y el mercado terrestre de metales y compuestos raros; para más de 500 asteroides Asterank calcula un valor superior al billón de dólares.
Subirse al carro del Newspace
Descapotable rojo, con un muñeco con forma humana dentro, lanzado por el potente cohete Falcon Heavy con dirección a Marte. SpaceX vía Getty Images
Motivación para la minería espacial, por tanto, no falta. El objetivo de negocio de Planetary Resources es “identificar los asteroides cuya explotación resulte más viable” para desarrollar “tecnologías transformadoras” en múltiples sectores, desde la agricultura al de la energía. Fundada en 2009 por entre otros Peter H. Diamandis, impulsor de iniciativas con aura futurista como los Xprize o la compañía Human Longevity, Planetary Resources describe a sus inversores como “visionarios comprometidos con la expansión de nuestras fuentes de recursos, para que podamos seguir prosperando en los siglos venideros”.
Su competidora es la también estadounidense Deep Space Industries (DSI), creada en 2013. DSI enmarca su negocio en el floreciente sector apodado NewSpace, que acaba con el concepto de que el espacio solo es accesible a las grandes agencias gubernamentales. El NewSpace está teniendo éxito: el cohete más potente en activo ahora es el Falcon Heavy, ese que hace unas semanas despegó por primera vez, con un descapotable rojo a bordo. Es de la compañía SpaceX, del magnate Elon Musk. También fue un lanzador de Musk el que a finales de febrero puso en órbita el satélite español Paz. DSI cuenta con que la actividad privada en el espacio aumentará la demanda de combustible y equipamientos; DSI los suministrará “en el espacio mismo”, extrayéndolos previamente de los asteroides, “para contribuir a la expansión al espacio de la economía de la Tierra”, dice la empresa en su web.
DSI y Planetary Resources han encontrado el socio perfecto en Luxemburgo. Este país, que cuenta con uno de los principales operadores mundiales de satélites –SES (Société Européenne des Satellites)–, y que tiene una de las mayores rentas per cápita europeas, lanzó en 2016 la iniciativa SpaceResources.lu para atraer a las empresas del NewSpace, ofreciendo financiación potencial y una legislación favorable. El viceprimer ministro luxemburgués, Etienne Schneider, declaró entonces su intención de “liderar esta nueva economía”, contando para ello con un presupuesto “casi ilimitado”. “Nuestro objetivo es abrir el acceso a la riqueza de recursos minerales previamente inexplorados, en rocas sin vida en el espacio”, dijo Schneider en una nota de prensa oficial.
Vender la piel del oso…
Tanto entusiasmo visionario debe ser contrapuesto a un hecho incontestable: ninguna misión hasta ahora ha excavado el más mínimo agujero en un asteroide. Ya solo llegar hasta allí, y lograr algo parecido a aterrizar, ha sido considerado un enorme éxito para la era espacial. Posarse en una roca que da vueltas en medio de la nada; aterrizar; extraer el material deseado; y volver sanos y salvos es  quizás no una quimera, pero se le acerca.
En 1996 la NASA lanzó una sonda al encuentro del segundo mayor asteroide cercano a la Tierra, 433 Eros, una roca irregular de 33 kilómetros de diámetro en su eje mayor. La nave NEAR-Shoemaker orbitó durante más de un año el asteroide, y aún debe seguir allí: en 2001 aterrizó y siguió transmitiendo desde la superficie varias semanas, hasta su desconexión. Más reciente es la nave Rosetta, de la Agencia Espacial Europea (ESA), que en 2016 se posó en un cometa. Pero como apunta uno de sus responsables, Michael Küppers, desde el centro científico de la ESA en Madrid, ESAC, para la minería espacial las misiones de referencia son las que buscan traer a la Tierra material procedente de asteroides.
De estas la primera es la japonesa Hayabusa, que tras no pocos problemas en 2010 consiguió traer algo de polvo del asteroide Itokawa. Para los ansiosos científicos fue suficiente: analizando 52 partículas de menos de un milímetro esclarecieron varios misterios sobre la composición de los asteroides, sobre la que aún hay incertidumbre –las estimaciones que hace Asterank son eso, estimaciones–. “Analizando la luz que reflejan los asteroides, tal como la captan telescopios en tierra, tenemos información de la composición de su superficie; pero para tener información más completa y precisa hay que ir allí”, señala Juan Luis Cano, de la empresa española Elecnor Deimos, coordinador del centro de vigilancia de asteroides y cometas de la ESA, en Frascati, cerca de Roma.
Ir allí, en concreto a los asteroides Ryugu y Bennu, es lo que harán respectivamente las sondas Hayabusa 2, japonesa, y OSIRIS-Rex, estadounidense. Ambas han sido lanzadas ya. Hayabusa 2 creará un cráter y extraerá unos gramos de material de las capas profundas, que traerá de vuelta;  OSIRIS-Rex regresará en 2023, idealmente con entre 60 gramos y 2 kilogramos de rocas. Las dos misiones darán información también sobre la tecnología que hace falta cuando ya se está en los asteroides. Es importante de cara a la minería espacial, porque “el aterrizaje, la extracción y almacenado del material, y la vuelta a Tierra, son las etapas en que menos experiencia hay”, señala Cano.
Y no son retos pequeños. Los asteroides no solo son variados en su composición; también los hay más o menos densos, más o menos rápidos. Todo eso son complicaciones añadidas. Como la gravedad de los asteroides es muy baja quizás las sondas tengan que anclarse al suelo, pero ¿cómo hacerlo si el asteroide es poroso? Y no es lo mismo aterrizar en un objeto que rota unas cuantas veces al día, que unas cuantas veces al minuto.

Del primero que llegue
Un astronauta extrae una muestra de un asteroide: Nasa.

Pese a todo, en el sector espacial se tiende a dar por hecho que la minería de asteroides ocurrirá; la pregunta no es sí o no, sino cuándo. El exdirector general de la ESA Jean-Jacques Dordain se situó en el extremo optimista del espectro al declarar en 2016, en calidad de asesor de SpaceResources.lu,
que la tecnología para la minería espacial ya existe, que ya no es solo cosa de ciencia ficción. Pero Dordain sabe que una misión espacial se nutre tanto de tecnología como de interés político, y que ambos factores van unidos –sí hay interés, probablemente acabará habiendo tecnología–. Es decir: el despegue de la minería espacial depende de que inversores y dirigentes crean que, en efecto, la empresa es factible. Y en ese sentido, el apoyo de Luxemburgo está siendo crucial.
El país aprobó en agosto de 2017 una ley específica y pionera, cuyo primer artículo reza: “Los recursos del espacio son susceptibles de apropiación”. La norma, que tiene como precedente otra similar en EE UU, confirma a las empresas que efectivamente serán propietarias de los recursos que logren extraer. Aunque el Tratado sobre el Espacio Exterior de 1967, firmado por más de un centenar de países, establece que ningún cuerpo celeste “podrá ser objeto de apropiación nacional por reivindicación de soberanía, uso u ocupación”, los legisladores luxemburgueses interpretan que para extraer recursos de un asteroide no es necesario ser su propietario.
Luxemburgo ha firmado además acuerdos millonarios tanto con Planetary Resources como con Deep Space Industries. Con esta última empresa el país desarrolla un satélite de demostración de tecnología, Prospector X, que probará sistemas de navegación y propulsión –un dispositivo para calentar agua que, al ser expulsada a presión, impulsa el satélite–.
 Reconstrucción del asteroide 433 Eros: Nasa

Platino no, agua
Planetary Resources, por su parte, lanzó el pasado enero su satélite Arkyd 6, del tamaño de una caja de cereales, también un demostrador de tecnología. En 2020 esta compañía quiere lanzar una flotilla de pequeños satélites capaces de visitar varios asteroides y analizar, de cerca, su composición. El plan es seleccionar los que contengan no metales preciosos, sino simplemente agua: ésta puede descomponerse en hidrógeno y oxígeno, constituyentes principales del combustible de lanzadores y naves, y es el objetivo más a corto plazo de los aspirantes a mineros espaciales.
De hecho para el experto en asteroides Josep María Trigo, aunque “ciertos metales escasos y tierras raras podrían también ser de interés extractivo, el recurso de mayor interés hoy por hoy sería la detección y explotación del agua por su papel en el mantenimiento de estaciones fuera de la Tierra, y también como combustible”. Trigo es investigador principal del Grupo de Meteoritos, Cuerpos Menores y Ciencias Planetarias del Instituto de Ciencias del Espacio (ICE, CSIC-IEEC), en Barcelona, el único centro español repositorio de meteoritos de la NASA.
Él también es optimista: “Pronto veremos las primeras misiones en las que se estudiará las posibilidades de la minería espacial. Nuestros estudios revelan que la mayoría de asteroides no deben ser buenas fuentes de recursos, pero hay algunos en que las abundancias de ciertos metales o tierras raras podrían hacer viable su extracción, particularmente junto con un agotamiento progresivo de algunos de ellos en la Tierra”. Se podría pensar incluso en “capturar y transportar asteroides a órbitas circumlunares”, una opción que permitiría acceder más fácilmente al recurso que se está extrayendo –la imagen es la de un asteroide-gasolinera, en el que se fabrica combustible a partir del agua y al que los satélites y lanzadores acuden a repostar–. Y si lo que se extraen son metales, la proximidad del asteroide abarataría los costes de transporte, como explica Cano: “Si lo que quieres extraer supone una parte muy importante del volumen del asteroide, te sale más rentable traerte el asteroide entero”.
La idea de atrapar y traer un asteroide para colocarlo en órbita de la Luna, de hecho, ha estado sobre la mesa de la NASA hasta hace poco, en forma de la misión ARM (siglas en inglés de Misión de Redireccionamiento de Asteroide), aprobada por Barack Obama. La administración de Donald Trump anunció que la cancelaría, y efectivamente así lo hizo en junio de 2017.
Ocurra o no, lo cierto es que por ahora la minería espacial seguirá siendo un nicho para quienes, como Luxemburgo, pueden esperar varias décadas antes de recuperar su inversión. No es por ahora el caso de la industria española, que como explica Jorge Potti, Vicepresidente de Espacio de TEDAE y Director General de Espacio de GMV, sí está implicada en misiones relacionadas con la defensa ante impactos de asteroides. Pero nunca se sabe. Al menos, los mineros espaciales no tendrán silicosis.

Fuente: https://www.esglobal.org/mineria-espacial-explotar-al-asteroide-del-billon-dolares/

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