Si la inteligencia se puede definir como esa capacidad de adaptación, resignifíquese el ecologismo de manera más inteligente.

Los límites del crecimiento se titulaba aquel informe de 1972 y cuyos esfuerzos se centraban en señalar un problema evidente: el planeta es finito y nuestro consumo apunta a lo infinito. Desde entonces las palabras límite, contención, decrecimiento, consumo, etc. han llenado todas la reivindicaciones por parte de los movimientos ecologistas aunque, paralela y paradójicamente, ninguna de ellas ha conseguido permear a los partidos políticos con acción de gobierno.

Alberto Rosado del Nogal

La pregunta no es si, efectivamente, los límites del planeta son finitos, ni tan siquiera cómo podemos transitar técnicamente hacia un modelo sostenible. Esas preguntas ya tienen suficientes respuestas. 
La pregunta debe apuntar a cómo esta evidencia científica, manejada desde sectores políticos más o menos verdes, no ha sido capaz de crear consensos sociopolíticos suficientes como para 1) No haber comenzado un camino hacia la sostenibilidad y 2) Sí haber permitido a fuerzas políticas negacionistas mantener o aumentar el deterioro ambiental. Tanto énfasis en delimitar lo existente que la propuesta —si es que la hubiere— se ha visto arrollada por la crítica. La solución a un problema no puede ser señalar el problema. Que el problema existe, si se aceptan sus premisas, es obvio.
La complejidad llega al protagonizar la transición de la crítica a la propuesta, que no comenzará hasta que cada uno de los escalones de la solución hayan sido definidos y convenzan —en un sistema democrático— a la mayoría.
Convencer, no obstante, no implica la aceptación social de una propuesta que aun no ha sido implantada sino, más bien, construir las condiciones necesarias o usar las ya dadas para prever y crear ese consenso latente que apoye a corto y medio plazo la apuesta política que fuere.
La propuesta verde debe tener en cuenta no solo su coherencia interna y posible aplicación externa sino, más bien, su maleabilidad para encajar dentro de unas reglas de juego que, seguramente, no han sido creadas desde sus cimientos ideológicos pero que, en cualquier caso, deben ser reconocidas para ser revertidas. Su reconocimiento, además, no significa per se o su total aceptación o total negación, sino la capacidad para actuar inteligentemente a favor de los intereses de esa propuesta verde.
¿Acaso enfrentarse al crecimiento debe ser una confesión de principios? No se pretende criticar el contenido del decrecimiento, sino su continente. La provocación del término pasó de ser un hipotético aliado a un palo en las ruedas del camino hacia la sostenibilidad, dejando no solo en bandeja a los sectores conservadores la apropiación y el disfrute de la palabra “crecimiento”, sino arrinconando a la política verde en un espacio poco seductor para las mayorías sociales.
Cambiar el lenguaje no significa, necesariamente, cambiar de principios. Todo lo contrario: usar el lenguaje que articula —o puede articular— mejor las voluntades sociales es el mejor medio para conseguir que los principios verdes entren en la escena a todos los niveles.
Si los estudios de opinión del nos revelan la gran preocupación social por problemas ambientales, ¿por qué no se vinculan y se demandan estos a la acción política? ¿Acaso la política verde —activa— está en condiciones de ofrecer garantías a la ciudadanía? Y si fuera así, ¿la ciudadanía lo percibe como tal? ¿Qué categorías se atribuyen a los actores políticos ecologistas? ¿Qué capacidad de convencimiento tienen?
Si decrecer no es la palabra clave de la política verde, no es porque el decrecimiento —en el sentido más liberal posible— no es necesario, sino porque asumir su vocabulario significará constantemente usar prefijos más quejosos que propositivos y certeros, a saber: anticapitalista, decrecimiento, antinuclear, antiglobalización, contradesarrollo,  etc.
Esto denota, en primer lugar, la aceptación de la corriente hegemónica como normalizadora de su —y de toda— realidad y el relego del pensamiento verde como respuesta de lo viejo en vez de como arquitecto de lo nuevo. Y en segundo lugar, impide la posibilidad de crear consensos mayoritarios en el presente ante la urgencia y la importancia de los retos ambientales de este siglo.
Reaccionar, aunque inevitable y necesario, siempre será subalterno. Construir será ganador.
Los límites del planeta están establecidos, pero no los del pensamiento verde. Encorchetar los segundos no provocarán sino seguir superando los primeros.
Es otro modelo el que debe decrecer. Por más crecimiento, más sostenibilidad, más inteligencia.


Notas
Alberto Rosado del Nogal es doctorando en Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid. Colaborador del blog ¡Insostenible! de InfoLibre y de Econonuestra de Público. Ha participado en los informes de Sostenibilidad del año 2016 y 2017 del Observatorio de la Sostenibilidad. Fuente:  - EcoPolítica - decrecimiento.info

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