En busca de la resiliencia perdida (I)

Hablar de resiliencia es hablar de tener una buena relación con nuestros propios recursos y confiar en nuestra capacidad de respuesta. El mejor aval para cualquier cambio coherente y duradero se fragua desde una base interior sólidamente establecida. Exploraremos aquí la relación de la resiliencia con la consecución de una personalidad más saneada, de mayor espectro; y con la integración del Adulto en nosotros.

Ana Carranza

El estado de cosas en el mundo actualidad es un fiel reflejo de la visión que tenemos de nosotros mismos. Una mirada crítica y honesta a esta imagen interior nos revelará valiosas claves para otro abordaje de los cambios a los que habremos de enfrentarnos.

Cuando intentamos comprender la dinámica mental que nos ha llevado al estado de cosas en el que estamos inmersos (en concreto el deterioro medioambiental y la aparente insensibilidad social ante los hechos), en ocasiones ha surgido la pregunta de si “somos así” por naturaleza o si, por el contrario albergamos un desequilibrio susceptible de ser corregido. Trataré este tema, abogando por la segunda opción, bajo la luz que revelan las formas de personalidad social que hemos decidido adoptar para ser aceptados.
La personalidad se gesta en el niño como una acotación de sí mismo, como una máscara transitoria y adaptativa, pues no tarda en comprobar que los padres y la comunidad que le rodea reprueban algunas formas de nuestra libertad expresiva. Comienza un proceso en el que perfila su tipo de personalidad, va coartando ciertos aspectos y comportamientos en favor de otros. Esas partes, potencialmente expresables, quedan así censuradas; es lo que C. Jung denominó la sombra. Más tarde, en un estadio en el que su dimensión social cobra fuerza, esta primera personalidad se ve enriquecida por otras capas adicionales (me gusta llamar al resultado personalidad social), provenientes sobretodo —aunque no siempre— de la cultura dominante. Este concepto enlaza con el término freudiano del Superyó, una entidad arquetípica estrechamente relacionada con la imagen de la autoridad y que tiene como referente al progenitor.
La evolución natural es a dar prioridad y forma al arquetipo del Adulto, que sigue al del Niño, y a sanear la personalidad hacia la mediana edad o antes. Sin llegar a anular la personalidad, se comenzaría a advertir la decadencia y falta de validez de aferrarse a determinadas posturas (para no apreciar la existencia soterrada de esas otras facetas o sombras, que solemos rechazar, especialmente cuando las advertimos en los demás). Con el reconocimiento e integración consciente de esta paleta de potencialidades antes censuradas, el individuo logra relativizar y expresar su múltiple dimensionalidad, que a su vez proyecta en su mundo físico.
El término resiliencia nos habla de nuestra capacidad de respuesta. El problema principal es que prolongamos nuestro estado de Niño (en su aspecto de dependencia y sentimiento de inferior), que se parapeta en una fachada al gusto del progenitor y la mantiene para complacerlo por el antiguo temor a un castigo. Implica un estado mental acotado y con una percepción reducida de la realidad.
La falta de resiliencia de nuestra sociedad tiene bastante que ver con la conformidad para amoldarnos a la cultura dominante (arquetipo del Superyó), siendo esta, para nuestra psique, un aspecto extrapolado del progenitor (arquetipo Padre). Ambas entidades resuenan de la misma manera en nuestro interior: una voz de autoridad superior que puede enjuiciarnos. Permanecemos, bajo un estado de miedo (arquetipo Niño) adoptando hasta avanzada edad la personalidad social políticamente correcta. Una vez adoptada la máscara, por el arduo trabajo en haber mantenido dicha identidad/estilo de vida, y por la falsa identificación de aquella con la totalidad del ser, que es multifacético, la tendencia es a cerrar los ojos a otros estímulos para no sensibilizarse y tener que iniciar todo un recorrido para cambiar la personalidad. En cualquier caso, este miedo conlleva un pensamiento y fantasía erróneos, ya que albergamos todas las potencialidades; tan sólo que al permanecer algunas en la sombra, las hemos considerado inexistentes.
La cultura dominante y sus dictámenes reflejaría el nuevo Superyó del individuo medio. En otros tiempos fue una autoridad de corte religioso, asociada al concepto de lo sagrado (Durkheim); en la modernidad se le suma una confluencia de estímulos: determinadas figuras políticas, la televisión como portal proyector de sugerencias (modas, fútbol, nuevas tecnologías o consumo en general), se convierten en un batiburrillo de mitos icónicos que conforman lo que llamamos cultura occidental. Con la reciente incorporación de la cultura globalizadora, este mismo modelo adquiere cotas geográficas nunca alcanzadas antes.
Aunque en nosotros co-existen tres arquetipos relacionales: el Padre, el Adulto, el Niño (Eric Berne), solemos movernos por la vida con la óptica del Niño, arrastrando nuestro irracional miedo a ser reprendidos. Si no integramos bien el Adulto en nuestras vidas, proyectaremos siempre nuestra responsabilidad hacia ese ente superior, ya que no habríamos logrado dar el paso al estadio intermedio. Estaríamos, metafóricamente, lavándonos las manos por nuestros actos y elecciones de vida, escabulléndonos y culpando al otro (que a menudo representaría la autoridad).
Es hora de no depender de las decisiones de líderes de masas que tan sólo juegan su rol. Es momento de creer en nuestras capacidades y conectar con nuestro ser más íntimo, que es libre y respetuoso.  
Esperar no es ser realistas ya que sólo podemos actuar por nosotros mismos. 
Es hora de enraizar nuestra esencia olvidada para producir fragantes frutos de coherencia, de tomar las riendas de nuestra vida y fortalecer nuestra adultez. Sólo así se modificaría de verdad la voluntad colectiva: una suma de voluntades individuales que recrean una nueva cultura.
Recuperar resiliencia perdida es trabajar nuestra resiliencia personal: honrar nuestra paleta de colores, confiando en las posibilidades que emanan de nuestro saber interno y sentirnos llenos con ello, sin tener que buscar incesantemente fuera. En definitiva reconocer a ese Adulto olvidado (que no perdido), y hacerlo ascender como ave fénix por el firmamento de nuestra consciencia.

Davant l’espill (Oriol Tuca Vancells – Fabricants de Futur) Fuente: https://www.15-15-15.org/webzine/2017/11/05/en-busca-de-la-resiliencia-perdida-i/

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