ELOGIO DEL CAOS: CUANDO EL ORDEN ES TRASTORNO


Supongamos que se nos ha dado la opción de elegir una vida para ser vivida en perfecta armonía y orden o, por el contrario, una existencia signada por el caos y el desorden. ¿Cuál vida escogerías? Intuyo que para la mayoría de la gente, la elección es más que simple: optar por la armonía. ¿Quién en su sano juicio elegiría el desorden del caos?
Existe una miríada de expertos que nos muestran que el camino hacia el equilibrio emocional y la tranquilidad acontece gracias a nuestra inmersión en la armonía y el orden. La imagen del “Ser” sentado en meditación tranquila, impasible ante los remolinos del caos circundantes a que el agitado mundo de hoy nos somete es la metáfora de la armonía. Sabemos que los beneficios de estas prácticas son numerosas, incluida la menor exposición al estrés, la ansiedad y el dolor existencial. Si buscamos en la red por “talleres de la felicidad” encontraremos innumerables opciones para elegir. Un ejército de promotores de la psicología positiva ha salido a publicitar sus servicios. Sabemos que la tranquilidad y orden son importantes no sólo para la salud física, sino en el ámbito interpersonal y social.
“Armonía” y “Coherencia” son términos que se han utilizado para describir los estados idealizados de conciencia clara. Ambos términos se refieren a la búsqueda intencional de integración con los flujos y procesos sistémicos circundantes de la vida. Por el contrario, un comportamiento caótico, irregular e incoherente suelen identificarse con niveles de actividad artificiales y discordantes que quedan reflejados en un mayor nivel de estrés y pone de manifiesto el uso poco eficiente de la energía disponible para desarrollar los procesos de la vida. Puesto en el imaginario de la gente está que la sanidad se relaciona con la regularidad, el orden, la periodicidad y que la coherencia son siempre necesarios para el funcionamiento físico y psicológico saludable y que dondequiera que se vea algo saludable debe subyacer un funcionamiento coherente y armónico.
Sin embargo, hoy en día existe cierta evidencia que sugiere que la coherencia, la armonía, el orden, la regularidad, periodicidad en el funcionamiento de lo humano a veces puede ser patológico y, muy por el contrario, son el caos y el desorden componentes necesarios para la salud y la longevidad.
Ary L. Goldberger, profesor de medicina de la Harvard Medical School también director del Margret & H. A. Rey Institute for Nonlinear Dynamics in Medicine (ReyLab), un pionero en el estudio del caos en la función humana, piensa en esta línea. Ya desde la década de 1980, siendo cardiólogo de la Universidad de California en San Diego mostró que los corazones sanos tienden a producir patrones de pulsaciones de índole caótico, es decir: impredecibles. Según él, esto tiene sentido si se tiene en cuenta que la fisiología saludable debe ser ágil y adaptable al medio ambiente, por lo que la enfermedad y el envejecimiento prematuro pueden deberse a que los sistemas físicos quedan atrapados en pautas demasiado rígidas, regulares y predecibles. Después de más de 3 décadas de investigación se anima a afirmar que el caos en el funcionamiento corporal es señal de salud y que los comportamientos periódicos, regulares, rítmicos y coherentes pueden anticipar o señalizar la enfermedad.
En una revisión del papel del caos en la salud, la periodista Kathleen McAuliffe también afirma que resultados recientes demuestran que en muchos casos el funcionamiento del cerebro se suscita en un estado caótico. Según parece el caos es un estado natural y, por lo tanto, puede ser muy beneficioso para la salud y la resolución de problemas neurológicos. El problema es cuando los sistemas funcionan en un estado de orden excesivo. Cuando los ritmos complejos del sistema nervioso se tornan regimentadamente regulares es señal de trastorno.
Según lo asevera Alan Garkinkel de UCLA y contrariamente a la intuición, lo que necesita el cuerpo es que las células nerviosas se encuentren desincronizadas con el fin de que se logre un movimiento agregado suave. La pérdida de “variabilidad saludable” en la actividad neuronal se ha implicado en la gestación de la depresión.
Cindy Ehlers, una neurocientífica de la Clínica Scripps en La Jolla, California, considera que una persona normal se somete a fluctuaciones erráticas y relativamente suaves en el estado de ánimo sobre una base casi diaria. Sin embargo, en el caso del paciente deprimido hay una pérdida de los mecanismos de control descentralizado, por lo que con el tiempo su comportamiento empieza a tornarse muy periódico o rítmico.
Un estudio reciente sobre el equilibrio y la marcha o caminar de las personas ha puesto de manifiesto la importancia de la irregularidad. Si bien a primera vista pareciera que las fluctuaciones en el ritmo del caminar de las personas son regulares en condiciones saludables, el análisis detallado revela que las fluctuaciones sutiles pero complejas están presentes en esa dinámica de la marcha saludable. Cuando las personas envejecen, esta variación se pierde en favor de una marcha rítmica invariable.
Por otra parte, la creencia generalizada de que las prácticas de meditación siempre conducen a una mayor coherencia y estabilidad en el ritmo cardíaco y la respiración es una exageración.
CK Peng, codirector del Instituto Rey, y sus colegas han demostrado que la coherencia en estos sistemas pueden aumentar o disminuir durante la meditación, en función de la técnica empleada.
El cuadro que surge de todas estas evidencias implica lo que Goldberger llama una “paradoja de la clínica“: a saber, que una amplia gama de enfermedades se asocian con comportamientos notablemente periódicos o regulares a pesar de que los estados de enfermedad se denominan comúnmente como desórdenes. Dicho de otro modo, en algunas condiciones, es el orden el que provoca el desorden. Todo lo que es saludable no es coherente, y todo lo que es coherente no es saludable.
Los procesos de envejecimiento de muchas personas da lugar al ejercicio cerrado, repetido, ordenado y regular de prácticas de vida. Tal orden excesivo da lugar al aburrimiento. El anciano se asienta en un soporífero patrón invariable de existencia. Todos los días las mismas experiencias, la misma alimentación, la misma vestimenta, los mismos amigos, etc. dan lugar a una tremenda y regular coherencia. Los ancianos tienden a sufrir de neofobia, el miedo a cosas nuevas, que domina la mayor parte de sus existencias. Esto se suele profundizar más aún por la excesiva reglamentación que a menudo se da en los centros de cuidado y los institutos geriátricos. Quienes envejecen puede llegar a ser cada vez más apáticos. La solución a está diletante existencia puede consistir en interrumpir la coherencia mediante la inserción gradual y suave de la novedad y la variedad en la rutina diaria. Por ejemplo, la presencia de un animal doméstico, impredecible por definición, puede ser muy saludable. La facilitación de la libre elección y la responsabilidad pueden ser también de gran ayuda.
Si bien el orden, la armonía y la coherencia pueden ser muy atractivos conceptual y estéticamente, a veces son poco saludables. Esta situación no tiene por qué ser desconcertante, vemos la evidencia del valor del caos por todas partes. Vivimos en un mundo dinamizado por una complejidad creciente que hace de la impredecible espontaneidad el verdadero estado de “orden” . Sabemos que sin problemas ni contaminaciones nuestro sistema inmunológico no se desarrollaría. Como Thoreau afirmaba que: “Es saludable enfermarse a veces.” Si no fuera por la falta de armonía que se produce durante la adolescencia, no llegaríamos a ser adultos y seríamos seres psicológicamente inmaduros que no podríamos funcionar en sociedad.
Es más que errado poner el énfasis en la coherencia y la armonía como imperativo de lo saludable. Debemos reconocer la evidencia de que la función saludable del organismo y de nuestras vidas, requiere de la coexistencia de los dos factores en oposición que son la coherencia y el caos. La coherencia y el caos están en connivencia, se imbrican el uno al otro. Por sí, cada uno no es ni bueno ni malo. Se complementan en una totalidad, ambos son importantes según las circunstancias a que nos somete el irregular pulso de la vida. Ambos deberían ser bienvenidos y aceptados. Sabemos que la naturaleza transita un camino que está entre el orden y el caos, lo natural se desplaza en el borde del caos, se desarrolla en esa paradógica ambigüedad.
Debemos revalorizar la presencia del caos y el desorden, factores emergentes de la novedad, dadores de creatividad y vida. El caos y el desorden son tan esenciales como la armonía y la coherencia de una vida plena. Debemos aprender que el caos es esencial para la supervivencia de la vida. Nuestro reto ahora es restaurar la bondad en el caos y el desorden y reconciliarlo en todas las actividades que desarrollamos. Aprender a aceptar el caos es darle la bienvenida al error, dador de creatividad. Mientras que en nuestras formas de gestionar la sociedad ensalsamos el rol del orden y nos vanagloriamos de la regularidad y la normalización disciplinaria de la sociedad, poco a poco, vamos descubriendo que el caos y lo impredecible son los estados preferidos de la naturaleza y, por lo tanto, a lo menos deberían ser estados de existencia aceptados y hasta refrendados por todos nosotros.


Fuente: Chaos and Disorder: Why We Need Them

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