Aprender de los Incendios Forestales


La investigadora española Cristina Santín Nuño nos habla del cambio climático y los incendios forestales
Rastreo lo que sucede con el carbono, porque el fuego modifica su concentración en el suelo. Y como los suelos forman el principal reservorio de carbono de la superficie terrestre
¿Cómo llega una a “quedar” con un incendio al otro lado del Atlántico? 
Los fuegos en los que participamos son experimentales, controlados y los organiza el Gobierno de Canadá junto con empresas innovadoras para investigar y aprender cómo gestionar incendios forestales. Para los científicos son ideales por su gran tamaño, de varias hectáreas, así que se parecen mucho a los incendios “de verdad”. La gran ventaja es que, al saber cuándo y dónde se van a producir, podemos hacer un muestreo exhaustivo del suelo y la vegetación antes y después del fuego, además de colocar sensores de temperatura. Así conseguimos una visión completa del proceso y mediciones lo más precisas posible. Y si tengo el privilegio de poder participar es porque trabajo en el grupo de Dinámicas Ambientales de la Universidad de Swansea, el único grupo europeo invitado.
¿Qué busca en ese gran incendio canadiense?
Rastreo lo que sucede con el carbono, porque el fuego modifica su concentración en el suelo. Y como los suelos forman el principal reservorio de carbono de la superficie terrestre, pequeñas desviaciones en la cantidad que albergan pueden tener un marcado efecto en el balance global.
Y la distribución del carbono tiene un impacto directo sobre el clima…
Así es. Pero además las predicciones apuntan a que, debido al cambio global, aumentarán los incendios en latitudes medias y bajas, lo que afectará, por ejemplo, al Sur de Europa. Cada año se quema en el mundo una superficie equivalente a unas 12 o 15 veces la extensión del Reino Unido, y en Asturias se ha quemado el 15% de su superficie en los últimos 30 años. Por eso, entender mejor qué ocurre con el carbono en los incendios es imprescindible para afinar las actuales predicciones de cambio climático, y también nos podría ayudar a diseñar estrategias de retención de carbono en suelos y evitar así que pase a la atmósfera como CO2.
Si la vegetación en la zona quemada se regenera, ¿no se supone que el balance de emisiones de carbono a medio-largo plazo tras un incendio es igual a cero?
Eso es cierto en parte: cuando la vegetación se quema, el carbono acumulado en ella se emite a la atmósfera, principalmente como CO2, pero si los árboles crecen de nuevo, volverán a captar el carbono liberado durante el incendio, así que a medio plazo y en teoría el balance sería igual a cero. El problema es que hasta ahora no se ha tenido suficientemente en cuenta la producción de lo que se conoce como black carbon [carbón] durante el incendio.
¿Qué es exactamente el black carbon?
Pues en palabras muy sencilas sería “todo lo negro que queda después de un incendio”. Por supuesto, existen distintos tipos de black carbon, y cada uno tiene sus propias características y efectos en el ciclo global del carbono.
Como comentaba hace un momento, si el balance de carbono tras un incendio no es igual a cero, ¿Cómo afectaría eso a la cantidad de carbono en circulación?
La cuestión, por extraña que parezca, es si el black carbon que nosotros estudiamos, y que es el producido en los incendios forestales como resultado de la quema de vegetación y materia orgánica del suelo, es realmente un sumidero importante de carbono a nivel global. Se ha comprobado que el black carbon resultante de la quema de combustibles fósiles contribuye al calentamiento global, pero el que se produce durante un incendio es muy difícil de degradar en su forma sólida, tipo carbón: con una vida media de cientos o miles de años, el black carbon que estudiamos tiene el efecto contrario al que se genera con la quema de combustibles fósiles, e incluso podría “ayudar” a combatir el cambio climático.
¿Podría explicarlo un poco más?
Tras un incendio, y una vez que la vegetación ha crecido de nuevo hasta el estado previo al fuego, tendríamos un balance de carbono igual a cero como comentábamos. Pero si además contamos el carbono capturado en el black carbon que se ha depositado en el suelo, surge la cuestión: ¿en qué medida el fuego aumenta la cantidad de carbono que alberga el suelo? Hoy en día no se sabe el grado de importancia cuantitativa de este fenómeno, porque en las estimaciones actuales de la cantidad de black carbon que se forma en un incendio forestal no se han tenido en cuenta todos los tipos que se producen. Y creemos que esta consideración insuficiente de las dinámicas de formación y erosión del black carbon formado en incendios es una de las razones por las que a los científicos no nos cuadran las cuentas en el ciclo del carbono, o lo que es lo mismo, puede ser parte de lo que se llama “el sumidero perdido de carbono”. Pero esto hay que matizarlo muy bien.
Pues matice, porque surge la inquietante pregunta de si los incendios podrían llegar a ser una medida para almacenar carbono y luchar contra el cambio climático…
¡No, no, en ningún caso! No hay más que acercarse al Occidente asturiano para ver montes pelados y extensiones de brezales y tojales donde antes había bosques que tras haber ardido no se han recuperado debido a la degradación del suelo. Cuando se pierde un suelo no hay opción de recuperar un ecosistema, y por eso se considera un recurso no renovable.  Los ecosistemas mediterráneos están algo más adaptados al fuego que los cantábricos, pero si se han adaptado a arder “naturalmente” una vez cada 300 años y ahora se queman por la mano del hombre cada 30, no tienen tiempo para regenerarse, y entonces no sólo el carbono liberado no vuelve a captarse, sino que estamos hablando de una pérdida de suelo, de biodiversidad y de ecosistemas.
¿Podría hablarse de algún ecosistema que se haya adaptado al fuego?
En el bosque boreal el fuego sí forma parte del ciclo natural, y se necesita para que el ecosistema rejuvenezca. Por ejemplo, en bosques muy septentrionales ciertas especies de coníferas son pirofíticas y necesitan el fuego para que las semillas germinen. Por eso en EE UU ya han cambiado su política de gestión forestal y, tras años de apagar a toda costa cualquier incendio que se producía, han comenzado a hacer quemas controladas de bosque. Con ellas permiten que el bosque se regenere y a la vez evitan una excesiva acumulación  de biomasa o combustible, y así reducen el riesgo de que se produzcan esos incendios gigantescos e imposibles de controlar que los americanos llaman “mega-fires”. Pero insisto, ése está muy lejos de ser el caso de la Europa Atlántica, donde, como decía, los ecosistemas no están adaptados al fuego, al menos no de manera tan frecuente como los estamos sufriendo ahora.
¿Cuál sería entonces la aplicación del trabajo que está llevando a cabo?
Nuestra intención es entender a fondo cómo se forma y se degrada el black carbon  durante los incendios forestales y comprobar si sirve para secuestrar carbono, retenerlo y evitar que contribuya al efecto invernadero en forma de CO2. Con ese conocimiento se podrían orientar las quemas controladas que se hacen por ejemplo para eliminar rastrojos y restos de poda, y conseguir una mayor retención de carbono en los suelos. Y, además, nos permitiría conocer mejor los balances de carbono tras los incendios y afinar mejor los cálculos relacionados con el ciclo de carbono a escala global, con lo que tendríamos predicciones más precisas del cambio climático.
¿Recomienda investigar en el extranjero?
Para los investigadores, trabajar fuera una temporada es muy recomendable como experiencia personal y profesional, incluso creo que debería ser casi obligatorio, porque abre muchísimo la mentalidad. Lo mejor que me ha pasado en mi carrera ha sido poder trabajar en este grupo de investigación, con gente increíble y a un altísimo nivel internacional.
Renunció a la ayuda postdoctoral del PCTI que la llevó a Swansea por otra, más tentadora, del Ministerio de Economía y Competitividad, y ha conseguido continuar investigando allí más tiempo. ¿Cómo mira ahora el futuro?
Para mí, el gran reto es aprender todo lo que pueda, volver a mi tierra y seguir manteniendo ese altísimo nivel, aunque la financiación está complicada en todas partes, y en España más. Pero para quienes no tenemos plaza fija no es sencillo mantener el trabajo, porque si no conseguimos proyectos nos vamos a la calle, como me puede suceder a mí en un par de meses. Y las tasas de éxito de los proyectos en el ámbito científico son muy bajas, de media menos del 10%. Lo más duro es que el tiempo que inviertes en buscar financiación no lo empleas en investigar, y cuando tras tanto trabajo para conseguir un proyecto la respuesta es negativa… Entonces sólo queda recuperarte del golpe y seguir adelante, seguir preparando proyectos y ser consciente de que es un privilegio trabajar en esto, porque estoy trabajando donde me gusta, con quien quiero y haciendo lo que me apasiona. Y, aunque es muy difícil nunca hay que desesperar…a veces, cuando menos te lo esperas, surge la oportunidad.
¿Se imagina dedicándose a otra cosa?
Si aun intentándolo con todas mis fuerzas no surge la oportunidad de seguir en investigación, me buscaré la vida y trabajaré en lo que pueda, como está haciendo gran parte de la población española. No me considero imprescindible, pero creo que si el sistema español de ciencia y tecnología no puede absorber a los investigadores en cuya formación ha invertido a lo largo de los años, habrá que plantearse que algo falla...
Sinc – ECOticias.com– innovaticias.com

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