¿Adelantamos "el Apocalipsis"?







Homar Garcés
Rebelión

 
Los últimos desastres naturales ocurridos a nivel mundial han hecho reflexionar a mucha gente sobre sus causas, llegando a concluir que el estilo de vida adoptado bajo los parámetros del capitalismo sería una de las principales, dado que su afán depredador de ganancias inmediatas y fáciles no repara en los daños que pudiera ocasionar al ambiente en cualquiera de nuestras naciones. Sin embargo, aún existen posiciones interesadas que pretenden reducir el impacto de estas afirmaciones, incluso apelando a elementos de carácter religioso, que son difundidas sin ahondar.

Así, la contaminación del aire, del agua y de los suelos, el saqueo de los recursos naturales, la deforestación incontrolada y los problemas de acceso a los recursos vitales para la subsistencia y el mejoramiento de la calidad de vida de muchos pueblos ubicados en Asia, África y nuestra América tienen su origen -indudablemente- en la persistencia de un modelo económico voraz e incontenible. En este aspecto, cabe citar lo expuesto por Carlos Marx al referirse a la gran industria y la agricultura en el tomo I de El Capital: “ Al igual que en la industria urbana, en la moderna agricultura la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del trabajo se consiguen a costa de devastar y agotar la fuerza de trabajo del obrero. cada progreso de la agricultura capitalista es un progreso no solamente en el arte de explotar al trabajador [para mejorar la productividad], sino también en el arte de desvalijar al suelo; cada progreso en el arte de acrecentar su fertilidad por un tiempo, es la ruina de sus recursos duraderos de fertilidad. La producción capitalista no desarrollará la técnica y la combinación del proceso de producción social más que minando al mismo tiempo las dos fuentes de donde surge toda riqueza: la tierra y el trabajador”. Tales palabras tienen una plena vigencia en este siglo cuando se mantiene una constante lucha contra la explotación y los estragos originados por el sistema capitalista a escala mundial, lo cual ha hecho que se retome al socialismo como la alternativa revolucionaria a dicho sistema, ahora dotado de una visión más integral de lo que ello debiera ser, con elementos que anteriormente fueron obviados o desestimados.

De ahí que ya se hable sin sorpresa de un adelantamiento del apocalipsis bíblico, incluso adosándole la teoría de un conspiración perpetuada desde los grandes centros de poder mundial que estaría dirigida a provocar un caos generalizado en aquellos países con suficientes recursos estratégicos que les sería necesario controlar de forma directa, estableciendo un nuevo orden internacional. Los más conscientes de ello -aún sin racionalizarlo del mismo modo que éste y otros análisis similares- son las comunidades empobrecidas de nuestros países al enlazar sus luchas sociales con la defensa del uso de los recursos naturales al margen de la lógica del mercado capitalista actual (o fuera de la administración estatal), lo que representa una imagen contrapuesta a la que se ha querido imponer respecto a que la pobreza es la causa fundamental de la degradación ambiental.

Ahora, teniendo presente la tragedia que padece Japón, al igual que lo sucedido en Chernóbil, en Ucrania, durante el siglo pasado, muchas personas han tomado conciencia de las graves consecuencias del avanzado cambio climático que sufre nuestro planeta, derivadas del desarrollo económico capitalista, planteándose nuevos enfoques sobre su relación con la naturaleza. Esto pudiera suscitar -de algún modo- una nueva percepción respecto a los hábitos consumistas que afectan directa e indirectamente a nuestro medio ambiente, modificándolo de modo irreversible. Sin embargo, en los grandes centros de poder mundial esto no parece tener demasiada importancia. Así, su irracionalidad nos expone a todos los seres vivos de La Tierra (sin que sea simple exageración) a una situación bastante cercana a la extinción total, lo cual amerita mayores acciones de manera colectiva que la reduzcan y eliminen, en beneficio de la vida.-

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Crisis nuclear

Arsinoé Orihuela Ochoa
ladignavoz.org



Cualquier apreciación apocalíptica referente al presente no es mera casualidad. Justamente en el contexto de una crisis sistémica cuya manifestación más trascendente es la insurrección generalizada en el África septentrional, y la consiguiente proximidad del exorbitado aumento del petróleo, el mundo se enfrenta a un nuevo desafío: la hecatombe nuclear en Japón (léase el accidente sucedido en la central nuclear de Fukushima; que no se confunda con Nagasaki o Hiroshima, aunque sin duda resulta paradójico que después de la genocida ofensiva nuclear en contra del pueblo japonés, en el presente este tipo de energía constituya una fuente cardinal de suministro energético en el país nipón).
En un primer momento, se nos dijo que la energía nuclear –o energía atómica– resolvería las dificultades que acusan las sociedades en materia de energía. Y si bien es cierto que ésta ha ido reemplazando gradualmente a los combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas natural), principalmente en la generación de energía eléctrica, lo cierto es que los argumentos esgrimidos en su favor se han ido desmantelando con el curso de los acontecimientos (la actual tragedia en Japón será un factor de indudable perjuicio para la causa nuclear). Si un país como Japón, con recursos logísticos y de infraestructura de primera mano, ha sido incapaz de contener una crisis radioactiva cuyo origen se debió a un fenómeno natural extrínseco al control humano, no es difícil imaginar que un país con muchos menos recursos desaparezca del mapa a causa de un desastre natural-nuclear, incluso de menores dimensiones. (Datos marginales: en el mundo existen poco más de 400 centrales nucleares; en México se tiene previsto construir 10 plantas nucleoeléctricas para el 2028).
Además, lo que pocas veces se dice o mejor dicho se oculta, es que la energía atómica es insostenible en el mediano-largo plazo. Uno, porque no es ilimitada, ya que depende de un combustible escaso (uranio). Y dos, porque los desechos radioactivos erosionan el medio ambiente.
Tristemente, los esfuerzos para el desarrollo de nuevas modalidades de producción energética son virtualmente nulos. De acuerdo con especialistas del Instituto Politécnico Nacional (IPN) el uso de energía nuclear se multiplicará en el futuro, en lugar de reducirse, no obstante la dramática situación que en el presente enfrenta la segunda potencia mundial: “Debemos reconocer que la humanidad aún no tiene muchas opciones para no depender del petróleo como abastecedor masivo de energía. Todo indica que en los próximos anos seguirá creciendo nuestra dependencia a las plantas nucleares (La Jornada)”.
Nótese el uso de los términos “abastecedor masivo”. ¿No será que en esa ambición de producir intensivamente radique el principio de la producción energética desregulada, incontrolada y altamente peligrosa?
En efecto, mientras las sociedades de consumo continúen su curso derrochador, difícilmente habrá forma de hacer frente a eso que los especialistas y los gobiernos denominan “necesidades energéticas”.
¿Y si cambiáramos nuestro estilo de vida? Curiosamente pocos se plantean esta alternativa.
Parece que el desarrollo de energía renovable, como la eólica y solar, es una necesidad inaplazable. Quienes centralizan la producción de energía quizá no piensen igual, ya que la robustez de sus ganancias está supeditada a la condición no renovable de la energía predominante.
Empero, todo indica –y quizá se trate de una fútil sospecha– que la amenaza más latente para la preservación de la especie humana es la evolución de la energía nuclear, bien sea con fines bélicos o, como se ha visto, “pacíficos”.

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