LOS MONOCULTIVOS DE ÁRBOLES EN AMÉRICA LATINA – CÓMO, PARA QUÉ, PARA QUIÉNES






Los territorios de lo que hoy constituye América Latina suelen revestir dos características a los ojos de las grandes empresas y conglomerados comerciales: abarcan grandes superficies y son fuente de codiciadas mercancías: madera, palma aceitera, cultivos comerciales, carne, lana, materia prima para agrocombustibles, recursos genéticos, tierra, agua. Son un imán para el gran capital.
Las grandes extensiones de ricos ecosistemas biodiversos – selva, monte, bosque, pampa, serranía, altiplano, sabana – han sido la base territorial en la que proliferaron las diversas formas culturales y productivas de las comunidades de la región. Y lo que los grandes comerciantes ven como mercancías han sido los elementos constitutivos de la milenaria tradición agraria de muchos pueblos, cuyos vestigios dan testimonio del nivel que alcanzaron sus avanzados conocimientos.
Hoy, igual que hace más de 500 años, el colonialismo sigue vigente, con otras formas, con otros nombres. Los barcos que ayer partían de los puertos latinoamericanos con la plata, el oro, el cacao, el caucho, hoy son enormes cargueros que se llevan nuestra agua y nuestro suelo en los rolos, los chips, la celulosa, el aceite de palma. Se llevan también, de manera sofisticada, nuestra atmósfera para venderla en el mercado de carbono. Se llevan, en definitiva, a precio de mercado, el futuro de las próximas generaciones.  
El modelo actual de globalización de los mercados se asienta en una estructura de subordinación – de los países del sur con respecto a los del norte, de los grupos que venden su fuerza de trabajo con respecto a los propietarios del capital, de las minorías étnicas con respecto a las hegemónicas, del sexo femenino con respecto al masculino. Esa subordinación ha sido funcional a la formación de un capital excedentario en los grupos dominantes, a costa de numerosas desigualdades intrínsecas y penurias para los grupos subordinados.
Es en el marco de la expansión de ese capital acumulado que la globalización se configura como una plataforma ideal para la apropiación y mercantilización creciente de la naturaleza por parte de grupos empresariales cada vez más concentrados. Las formas productivas asumen escalas cada vez mayores, cada vez más uniformes, para mercados cada vez más grandes y convenientemente uniformizados. El consumo se convierte en la base y el motor de la economía, y las políticas sociales muchas veces sirven para introducir las mejoras necesarias que permitan mantener el sistema e incluso sumar más consumidores a los mercados.
Como parte de esa expansión, los monocultivos a gran escala de árboles foráneos desembarcan en el continente en la década de 1950, en un proceso de ocupación y apropiación de la tierra y el agua y a expensas de los ecosistemas y comunidades locales. No se trata de un proyecto aislado sino que está inserto en el modelo de la “Revolución Verde” promovida por la FAO, que consolida la industrialización de la agricultura. Se suman luego el Banco Mundial, el FMI, el BID, procesos de Naciones Unidas sobre bosques (IPF, IFF, UNFF), agencias bilaterales como GTZ y JICA, empresas consultoras como Jaakko Poyry. A través de mecanismos de préstamo, subsidio, extensión, capacitación, propaganda, estos actores logran instalar sus argumentos en ámbitos científicos y académicos e incidir en las políticas de Estado de varios países que, aplicando modelos bastante similares, promovieron en América Latina las plantaciones forestales con destino a la exportación.
Según la FAO, entre 2000 y 2005 la superficie de plantaciones forestales creció unos 2,8 millones de hectáreas anuales (1) y los datos de 2009 indican que en América Latina y el Caribe hay 12,5 millones de hectáreas de monocultivos forestales – categoría que no incluye la palma aceitera. Para 2020 se proyecta un aumento que llevaría las plantaciones forestales a 17,3 millones de hectáreas.
Es así que la región se posiciona como “líder en plantaciones forestales de alta productividad” destacando especialmente Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, con el 78% de las plantaciones de ese tipo. Las plantaciones altamente productivas hacen referencia aquí en especial a las variedades que se han seleccionado de manera de obtener un rápido crecimiento, dentro de las que predominan eucaliptos (65% de las plantaciones de Brasil, 80%  de las de Uruguay) y pinos (49% de las áreas de plantaciones en la Argentina, 78% de las de Chile). Más allá del papel dominante de estos países, en casi toda la región existen también vastas superficies de plantaciones forestales.
Madera para celulosa
Hasta el presente la mayor parte de las plantaciones de variedades de eucaliptos y pinos de rápido crecimiento tiene como destino la producción de celulosa para papel, una actividad industrial muy contaminante y exigente en materia de agua y energía (este rubro es el 5º consumidor industrial mundial de energía). Por supuesto que nadie puede negar las ventajas que ha traído a la humanidad la fabricación industrial del papel, que a mediados de 1800 permitió su abaratamiento y la divulgación de la lectura y la escritura.  Pero actualmente, la producción de papel ha excedido en mucho su uso asociado al acceso a la educación, a pesar de lo cual este simbolismo se utiliza con enorme fuerza para reforzar la necesidad de producir más y más papel. Sin embargo, en términos de los usos de papel, el empaque supera por lejos a los usos vinculados a la educación, la información y las comunicaciones, a lo que se suman muchos otros artículos y productos propios de la era del consumo descartable.
Esto demuestra la falsedad de la premisa de que a mayor consumo de papel, mayor nivel de educación. Basta comparar el indicador de consumo de papel y cartón con los indicadores de escolaridad. De eso resulta que, por ejemplo, Cuba, con un consumo muchísimo menor de papel que Estados Unidos, Finlandia o Chile, registra sin embargo una tasa de acceso a la educación terciaria que está por encima de Chile y Estados Unidos. (2)

Consumo de papel y cartón por persona por año (2005)
Europa: 132,39 kg. (Finlandia 324,97 kg.)
Estados Unidos: 297,05 kg.
América del Sur, América Central y el Caribe: 84,85 kg. (Chile 64,57 kg.; Cuba 8,63 kg.)
Índice de educación: tasa bruta de matriculación en nivel terciario (2006) 
Finlandia 93%
Estados Unidos 82%
Chile: 48% 
Cuba: 88%
De última, las desigualdades del consumo coinciden con las desigualdades intrínsecas del actual modelo dominado por los intereses empresariales. Pero en todo caso señalan que ese consumo desmedido no es necesario a los efectos de las necesidades del desarrollo humano.
Por otro lado, en el punto de inicio de la cadena forestal celulósica, los monocultivos forestales llegaron y siguen llegando a los territorios latinoamericanos con el argumento de que “contribuyen al desarrollo”. Sin embargo, en un caso emblemático como el chileno, en que la forestación fue y sigue siendo promovida fuertemente desde el Estado en desmedro del bosque nativo, un artículo de la organización CODEFF (3) señala que los censos de población prueban que “las comunas con mayor superficie cubierta por plantaciones, son las que han desplazado una mayor proporción de campesinos hacia las zonas urbanas, generando importantes niveles de pobreza.”
La tala indiscriminada de especies nativas para plantar especies exóticas como el eucalipto no solamente ha llevado a la destrucción de especies animales y vegetales endémicas de la zona sino que también ha provocado alteraciones en el sistema hídrico. Así lo señaló Bernardo Zentilli, presidente de CODEFF, indicando que la modificación del equilibrio acuífero ha generado grandes crecidas en invierno y esteros secos en verano, lo que ha disminuido la tierra cultivable.
Por su parte, el mismo artículo cita a la Agrupación de Ingenieros Forestales por el Bosque Nativo (AIFBN), la cual denuncia que: “entre 1978 y 1987 unas 50 mil hectáreas de bosque nativo desaparecieron en dos de las principales regiones forestales del país (VII y VIII), así como también casi la tercera parte de los bosques de la costa de la VIII región que fueron sustituidas por plantaciones de pinos. La actualización del Catastro de Recursos Vegetacionales Nativos en la Región de Los Ríos, indica que en la última década más de 20.000 hectáreas de Bosque Nativo fueron sustituidas por plantaciones forestales exóticas.”
Cosméticos para maquillar las plantaciones
Frente a las fuertes críticas que ha recibido la expansión de los monocultivos de palma aceitera en todo el mundo por su graves impactos ambientales y socioeconómicos y por la violación de los derechos humanos, el sector ha reaccionado procurando maquillar su imagen de “verde”. Ha surgido así la llamada Mesa Redonda para la Producción Sostenible de Aceite de Palma (RSPO por sus siglas en inglés), dirigida principalmente a los consumidores europeos y norteamericanos.
En ese mismo sentido se ha promovido en Colombia también el programa de la “palma campesina”, que busca involucrar el cultivo de palma dentro del sistema productivo agroalimentario. La organización colombiana Grupo Semillas cuestiona su sustentabilidad a largo plazo, porque “se debe no solo evaluar si el cultivo es viable y rentable para el agricultor, sino también quién finalmente controlará todo el proceso”. (7)
En el Chocó Biogeográfico las organizaciones afrocolombianas e indígenas, en una reunión convocada por la organización conservacionista WWF para promocionar la “palma sostenible”, plantearon su rechazo a involucrarse no solo al modelo productivo industrial de la palma aceitera sino también a la iniciativa de la “palma sostenible”, por sus graves impactos que suponen la lesión de sus derechos, en especial sus derechos ancestrales al territorio, la pérdida de autonomía y de sus prácticas tradicionales de producción, el menoscabo de su cultura y de las expresiones de diversidad. (8)
Por su parte, las plantaciones de eucaliptos también tienen un cosmético que va en su ayuda. El FSC es el principal sistema de certificación que ha dado su sello para avalar plantaciones forestales altamente destructivas en la región. En el Estado de Bahia, Brasil, la empresa forestal Veracel (con capitales de la sueco-finlandesa Stora Enso y la brasileña Aracruz Cellulose), tiene más de 100.000 has de plantaciones de eucaliptos. Veracel ha despojado de su tierra a la mayoría de los indígenas de las comunidades Pataxó y Tupinambá, utiliza grandes cantidades del hormiguicida Sulfluramida prohibido por el FSC, y ha sido multada por matar una gran cantidad de árboles indígenas con herbicidas, por deforestar y por plantar muy cercano a parques nacionales. A pesar de eso  ha obtenido el sello FSC.
Todos estos intentos apuntan a darle una buena cara al negocio. Pero el mayor error es tratar de mostrar como sustentable algo que es inherentemente insustentable: un producto obtenido de monocultivos a gran escala de árboles en su mayoría exóticos, que generan graves impactos sobre el agua, el suelo, la fauna y flora silvestres, los bosques, los medios de vida y la salud humana, y provocan el desplazamiento de personas y la violación de los derechos humanos.
La criminalización de la protesta social
En muchos países latinoamericanos, los movimientos o procesos populares que luchan contra la pérdida de sus territorios, el agua, el bosque, sus medios de vida por el avance de las plantaciones, sean eucaliptos, pinos, palma, caucho, etc., deben enfrentar lo que se ha dado en llamar la “criminalización” de la resistencia. Se trata de una estrategia dirigida a calificar los actos de resistencia como delitos, llevando un conflicto intrínsecamente social al campo judicial y penal. Las empresas, en este caso forestales o palmicultoras, cuentan con el poder punitivo del Estado para neutralizar la protesta.
Respetados y reconocidos líderes sociales, personas que defienden legítimamente su identidad, formas de vida y formas de producción, terminan siendo perseguidos, encarcelados, enjuiciados y hasta asesinados. Se combina la represión con el uso formal de la legalidad para penalizar a los actores sociales que se oponen a políticas y modelos productivos que, en aras del lucro, conspiran en definitiva contra la supervivencia misma del planeta.
En Chile, las cárceles albergan decenas de presos políticos mapuche que defienden su territorio contra el avance de los monocultivos de eucaliptos y pinos. La mayoría terminan siendo juzgados por la legislación antiterrorista que subsiste desde la época del tirano Pinochet. A pesar de eso, la resistencia continúa en la cárcel, con huelgas de hambre y ayunos, mientras la represión se extiende a los familiares. En Colombia, en la región del Chocó, los afrocolombianos y organizaciones de derechos humanos, como en este momento Justicia y Paz, enfrentan las amenazas y la violencia militar y paramilitar para la implementación del agronegocio de la palma aceitera y la extensión ganadera. En Honduras, la lucha social de los campesinos de Bajo Aguán, en defensa de sus derechos sobre las tierras que les fueron robadas para la producción extensiva de palma aceitera, dejó un trágico saldo de numerosos heridos y muertos que se suma a la escalada represiva que vive Honduras desde el golpe de Estado de junio de 2009.

El negocio del cambio climático
Nada se salva del afán mercantilista. La crisis climática se ha convertido en otro negocio en que las falsas soluciones promovidas por organismos internacionales como el Banco Mundial y el mismo Protocolo de Kyoto sirven de plataforma para la expansión de los monocultivos de árboles. A través de los sumideros de carbono – parte de los Mecanismos de Desarrollo Limpio – o del sistema REDD+ (Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación) – dentro del cual las plantaciones de árboles a gran escala podrían concebirse como una forma de “incrementar las reservas de carbono forestal” y recibir así financiamiento – las  empresas encuentran nuevos “mercados” y la forestación se escabulle disfrazada muchas veces de bosque, para apostar fuerte en el mercado de carbono.
En Colombia, el Convenio Marco de Concertación para una Producción más Limpia, de 1995, habilitó a las empresas palmícolas a participar en el negocio mundial de los sumideros de carbono creado en el marco del Protocolo de Kyoto. Los incentivos y beneficios tributarios otorgados por el gobierno para el desarrollo de tecnologías que permitan capturar gas metano del ambiente permitirían a los empresarios obtener una ganancia adicional en un nuevo nicho de  mercado – el del carbono (10).
También Ecuador promueve la plantación de 1 millón de hectáreas de monocultivos forestales para la venta de certificados de reducción de emisiones (CER) en el mercado mundial de carbono, a través del Plan nacional de forestación y reforestación del programa Proforestal.
El negocio de la forestación sirve a otras empresas fuera del rubro: la empresa Nestlé Waters Francia quiere compensar mediante proyectos de reforestación el equivalente a su emisión anual de carbono en la producción del agua mineral Vittel en Francia y Bélgica. Para ello financiará la plantación de 350.000 árboles en la Amazonía boliviana y otro proyecto de plantaciones en la selva de Perú, con la idea de renovar el mismo número de árboles todos los años. (11)
En Brasil, la empresa siderúrgica y forestal Plantar S.A. Reflorestamentos tiene plantaciones a gran escala de eucaliptos en el estado de Minas Gerais. A pesar de que esos árboles son utilizados para su negocio de fabricación de hierro en lingotes, de que se ha apropiado de tierras afectando el agua y el suelo así como el rico bioma nativo del Cerrado, y de que se trata de una industria muy contaminante, la empresa ha intentado reiteradamente recibir financiación del MDL para financiar sus plantaciones de eucaliptos. Alega que esa energía sería menos contaminante que el uso de carbón. No obstante, se trata de un ardid comercial para ganar por todos los lados posibles, ya que la empresa nunca utilizó carbón.
Hacia otro modelo
El modelo en gran escala de plantaciones de monocultivos de árboles es incompatible con la natural manifestación diversa de la vida. Es artificial, es destructivo, es contaminante.
Los pueblos de los países de América Latina han sabido tejer redes sociales para denunciar los impactos de los monocultivos de árboles. Tal es el caso de la Red Latinoamericana contra los Monocultivos de Arboles (RECOMA), una red descentralizada de organizaciones latinoamericanas que coordina acciones, impulsa el apoyo a las luchas locales y a alternativas social y ambientalmente adecuadas a las distintas realidades, realiza intercambios horizontales entre países.
Muchas otras iniciativas van en esa dirección, como la experiencia de las familias quilombolas de Espíritu Santo, Brasil, quienes, en medio del eucaliptal, encuentran caminos para sobrevivir y luchar por la reconquista de sus recursos naturales y patrimonio genético. Las comunidades reelaboran prácticas tradicionales y adaptan técnicas de manejo, abren canales de comercialización en las ferias locales y regionales y promueven continuos intercambios inter-comunitarios de semillas y prácticas agrícolas.
La búsqueda de otra senda de producción, comercialización y consumo que nos aleje del actual proceso de exterminio se ha vuelto un imperativo, y las comunidades en resistencia son los agentes de cambio que pueden conducirnos hacia allí, creando soberanía local, construyendo soberanía alimentaria. Habrá que seguir trabajando para lograr el cambio de rumbo necesario.

Fuente: Boletin N 158 WRM

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