Cómo cura el paisaje





Autor: Alejandro Rocamora Bonilla
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Las personas siguen relacionando con mucha frecuencia ‘sus males’ con los cambios climáticos. Así lo explicitaba Juana, una mujer de 50 años y diagnosticada de depresión. Llegó un día muy angustiada a la consulta y me dijo: “Doctor, me encuentro muy bien, pero tengo miedo a la primavera; todos los años, por esta época, aparece la depresión”.
Juana es una de tantas personas que achacan su malestar a la Naturaleza, como el hombre primitivo relacionaba el trueno y el relámpago con la ira de los dioses. Si duele la cabeza o molesta la rodilla artrítica o el dolor de la úlcera se hace insoportable, siempre existe un culpable: el tiempo. Es como una muletilla para designar una causa que justifique el dolor o el bajón en el estado de ánimo. Ocurre otro tanto en el otoño, otra estación también ‘responsable’ de muchos males, sobre todo psiquiátricos. En el reverso de esta situación también podemos señalar que la Naturaleza tiene poderes mágicos que nos devuelve la salud perdida: el agua que nos hace adelgazar, el barro que tiene poderes curativos o los baños que nos rejuvenecen son alguna muestra de ello. 

Lo cierto es que nada de esto está demostrado por la ciencia: ni la conexión positiva, ni la negativa. Por ejemplo, la relación entre las enfermedades depresivas y las alteraciones del clima no tiene ninguna base científica, pero vivencialmente se ha constatado que la primavera y el otoño son épocas donde proliferan esos cuadros clínicos. También el inicio del día es más proclive a la depresión que la tarde y tiene un valor diagnóstico. Por esto una de las preguntas obligadas en la entrevista psiquiátrica tradicional es: “¿Cuándo se encuentra usted peor por la mañana o por la tarde?” 

La ciencia que trata de estos temas, es decir, de la mutua interacción entre el enfermo mental y su medioambiente, se llama psiquiatría ecológica. Entre esos fenómenos están las emigraciones o los cambios de casa. Una de las explicaciones que se baraja para entender el desajuste funcional del individuo que se marcha a otro país, o simplemente a otro barrio, está en el cambio de ecosistema que se produce (entorno natural, lengua y costumbres). Los mismos cambios ecológicos bruscos (terremotos, inundaciones, etc.) producen unas transformaciones tan radicales que el individuo se encuentra incapacitado para asumirlas. Es como si la persona, en esas circunstancias, se viera desbordada por el propio impulso destructor de la Naturaleza. Al comprobar que sus límites geográficos se destruyen, se siente arrastrada hacia la desesperación y la depresión.

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