Techos vivos: un aporte al mejoramiento de la calidad ambiental urbana







Por Federico Bondone

Los techos vivos o techos verdes son espacios en los que las superficies de concreto o chapa han sido reemplazadas por espacios ocupados por hierbas. No es el objetivo de este artículo ahondar en los aspectos técnicos de su construcción, sino centrarnos en los beneficios que aportan en cuanto a servicios ambientales, la potencial solución que brindan a algunos problemas y cuáles son sus ventajas y sus potencialidades a la hora de mejorar el hábitat urbano.


Los techos verdes o techos vivos son techos en los cuales la vegetación reemplaza a los materiales de construcción convencionales. ¿Cuáles son sus ventajas y sus potencialidades a la hora de mejorar el hábitat urbano?
Los techos vivos o techos verdes son espacios en los que las superficies de concreto o chapa han sido reemplazadas por espacios ocupados por hierbas. No es el objetivo de este artículo ahondar en los aspectos técnicos de su construcción (para tal fin recomendamos el libro Techos verdes. Ejecución, planificación, consejos prácticos, de Gernot Minke), sino centrarnos en los beneficios que aportan en cuanto a servicios ambientales y la potencial solución que brindan a algunos problemas urbanos.
En primer lugar, se trata de estructuras sumamente eficientes en cuanto al uso de la energía. Un techo vivo bien hecho, es prácticamente imperecedero y no requiere de cuidados adicionales, con lo cual evita gastos de dinero e insumos para su mantenimiento; una vez establecido, y si se utilizaron las especies vegetales correctas y un sustrato adecuado, ni siquiera necesitará de riego. Su capacidad aislante evita la pérdida de calor en los días fríos, haciendo que las necesidades de calefacción se vean ampliamente reducidas, y durante las épocas calurosas mantienen los espacios frescos al evitar que los rayos solares impacten directamente sobre la estructura edilicia.
Al retener el agua de lluvia y liberar lentamente los fluidos que excedan su capacidad, sirven como aliviadores de los muchas veces colapsados sistemas de desagües pluviales, disminuyendo los riesgos de inundaciones tan frecuentes en algunas zonas urbanas. Por otro lado, ayudan en el control de la humedad ambiente al evaporar agua en los días secos y al condensar rocío en los días húmedos, lo que puede también ayudar a disminuir la amplitud térmica. Además de captar humedad, las hojas de las hierbas retienen partículas de polvo y partículas contaminantes en suspensión en el aire.
El llamado efecto “islas de calor” (fenómeno que se produce en las ciudades, donde la temperatura suele ser a veces hasta 10ºC superior que en las áreas rurales aledañas, debido a la absorción de calor por parte del asfalto durante el día y a su liberación gradual en la noche) podría verse marcadamente reducido con la incorporación de techos verdes, al disminuir la superficie de materiales termoabsorbentes expuesta. Para quienes estén en la Ciudad de Buenos Aires, pueden poner a prueba este fenómeno visitando por la noche la Facultad de Agronomía.
Desde ya que la fijación de dióxido de carbono (gas responsable del efecto invernadero) y la liberación de oxígeno es otro de los beneficios de estos techos, lo cual no debería ser pasado por alto si consideramos que la mayoría de las urbes del globo tienen un déficit de espacios verdes que compensen sus emisiones, y si consideramos el derroche energético implicado en el mantenimiento del césped (máquinas podadoras, agrotóxicos derivados del petróleo, etc), los pocos parques existentes terminan por convertirse en fuentes de emisión. Los techos vivos, al no segarse, pueden acumular muchísimo más carbono que una parquización a la que se poda con regularidad.


A nivel de la conservación de la vida silvestre, estos techos permiten recrear ambientes degradados o desaparecidos (pensemos en los prácticamente extintos pastizales de la región pampeana argentina, hoy reemplazados por monocultivos, urbanizaciones y parques industriales), por lo cual debemos poner especial énfasis en el uso de especies vegetales herbáceas nativas de la región en la que vivimos (que además están adaptadas a los regímenes de lluvia de la zona); esto además redundará en un beneficio para la fauna silvestre local, la cual podrá hallar alimento, reposo y refugio en áreas que hoy le están vedadas, además de la posibilidad de generar corredores verdes que sirvan de comunicación entre áreas naturales. De este modo las aves e insectos (en particular mariposas) recibirían un necesario apoyo durante sus migraciones.
Si bien algunos autores no lo recomiendan, los techos verdes podrían servir para el desarrollo de la agricultura urbana, en particular para las especies de hortalizas de escaso desarrollo radicular y algunas hierbas aromáticas. Sin embargo, no debemos olvidar que los techos vivos son eso: techos, y si bien aportan mucho más que un techo convencional de hormigón, tejas o chapa, su principal función no deja de ser meramente estructural.
Otra ventaja en cuanto a su comodidad, aparte de lo abrigados o frescos que puedan resultar, tiene que ver con su capacidad aislante del ruido proveniente del exterior.
En la actualidad existen proyectos de ley sobre la implementación de techos verdes en Toronto (Canadá), México y Colombia, en tanto que algunos países de Europa no cuentan con leyes, pero sí con reglamentos que establecen algunos parámetros que deben ser tenidos en cuenta para garantizar la seguridad edilicia, llevados adelante por colegios de arquitectura. Algunas de las leyes pretenden obligar a las constructoras a incluir un determinado porcentaje de techos vivos en cada nueva construcción, lo que ya ha puesto a la defensiva a varias empresas, ya sea por el costo incrementado de la construcción, ya por la consabida reticencia existente a nuevos paradigmas y la comodidad o desconfianza de los académicos del área edilicia.
Yendo a lo concreto, los estudios disponibles hasta el momento indican que se necesitaría aproximadamente que al menos uno de cada cinco techos en las ciudades sea verde, para llevar los niveles de polución a parámetros deseables. Será un desafío para las autoridades aprender a atender estos hechos, y sería un gesto sumamente positivo que se empezara por el enjardinado de los edificios de la administración pública.
En el plano individual, quien pueda llevar adelante este emprendimiento en su propia casa podrá sentirse feliz de saber el bien que está haciendo, y podrá sentirse aliviado de saber que ya no deberá preocuparse más por las goteras. Quienes formen parte de algún consorcio de propiedad vertical, pueden también ahondar en el tema y presentar alguna propuesta a sus vecinos, o por lo menos generar la expectativa ante la posibilidad de convertir una terraza que nadie visita en un rincón útil para la naturaleza y el entrono urbano. www.ecoportal.net

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En el tejado

Escrito por: Verlyn Klinkenborg

Una encumbrada idea comienza a florecer en ciudades de todo el mundo, donde hectáreas de potenciales espacios verdes se extienden en las alturas.

Las ventanas de estas tradicionales casas adosadas londinenses solían dar hacia una vieja fábrica de embutidos. Ahora, los residentes gozan de la vista del prado de flores silvestres que crecen encima del flamante hogar del arquitecto Justin Bere. El aislamiento que proporciona el techo verde da mayor eficiencia energética a la casa de Bere, que funciona con energía solar.
Foto de Diane Cook y Len Jenshel
Si los edificios emergieran repentinamente del suelo, cual champiñones, los techos estarían cubiertos con una capa de tierra y plantas.
Y claro está que la humanidad no construye así. Sería tentador afirmar que el paisaje de los tejados de cualquier ciudad del planeta es un desierto artificial pero, de hecho, el desierto es un hábitat viviente. La verdad es mucho más cruda. El paisaje de los techos urbanos es un espacio yermo de superficies bituminosas, violentos contrastes de temperatura, feroces vientos y rechazo al agua.
Sin embargo, sal por una escotilla al tejado de la Biblioteca Pública de Vancouver, en Library Square (a nueve pisos de altura sobre el centro de la ciudad), y en vez de un páramo asfaltado encontrarás una pradera con sinuosas franjas de festuca cruzando el techo, sembradas no en jardineras o contenedores sino en una mezcla especial de tierra sobre el techo. Un pastizal en el cielo. A nivel de la calle, el jardín de 1 850 metros cuadrados, concebido en 1995 por la arquitecta paisajista Cornelia H. Oberlander, habría sido de por sí bastante impresionante, pero su emplazamiento en las alturas de Vancouver causa un efecto casi desorientador. Cuando subimos a los tejados de una ciudad suele ser para admirar el paisaje, pero en lo alto de la biblioteca me asalta la sensación de que estoy parado en el paisaje, en un inesperado claro de hierbas verdes, azules y pardas en el corazón de una selva de vidrio, acero y concreto.
Los techos verdes no son novedad. Eran ya muy comunes en las casas engramadas de la pradera estadounidense y todavía podemos verlos en cabañas y cobertizos de madera del norte de Europa. No obstante, en las últimas décadas arquitectos, constructores y planificadores urbanos del mundo entero han empezado a recurrir a las azoteas verdes no por su belleza, sino por su practicidad y capacidad para mitigar los extremos ambientales que imperan en los techos convencionales.
En el otro extremo de la ciudad, el techo del Centro de Convenciones de Vancouver empieza a cobrar vida mientras enfrente, al otro lado de la calle, se encuentra el jardín de un chef en la azotea del Hotel Fairmont Waterfront. Entre tanto, en otro rincón de la ciudad, comienzan a sembrar los techos verdes de la villa olímpica construida para los juegos de invierno de 2010. Visitar un techo verde de Vancouver (o de Chicago, Stuttgart, Singapur o Tokio) nos permite echar un vistazo a todas las posibles diferencias de paisaje en los tejados urbanos y cuestionar por qué no hemos construido siempre de esa manera.
La tecnología es sólo parte de la respuesta. Las modernas membranas impermeables ahora permiten diseñar sistemas de techos verdes que atrapan agua para irrigación, facilitan el drenaje, soportan el medio de cultivo y resisten la invasión de las raíces. Algunos lugares, como Portland, Oregon, ofrecen incentivos (por ejemplo, reducción de cuotas) para que los constructores utilicen tejados vivos; otros (Alemania, Suiza y Austria, por mencionar algunos) han emitido decretos para instalarlos en todos los techos de pendiente adecuada.
Otro factor que impulsa la diseminación de las azoteas verdes es nuestra cambiante percepción de la ciudad. Ya no se considera conveniente, práctico o siquiera ético que concibamos una urbe como la antítesis de la naturaleza. El descubrimiento de nuevos métodos para “naturalizar” las ciudades, a la vez que la naturaleza misma se vuelve más urbanizada, hará que los asentamientos sean más habitables y no sólo para el hombre.
Los techos vivos nos recuerdan que los sistemas naturales son una importante fuerza moderadora. Durante el verano, la temperatura diurna de un tejado convencional de asfalto alcanza niveles increíblemente elevados que a veces exceden los 65 ºC y contribuyen al efecto de isla térmica urbana, propensión de las ciudades a ser más calurosas que la región aledaña. Sin embargo, la combinación de tierra y vegetación en las azoteas verdes actúa como aislante y sólo da cabida a ligeras oscilaciones térmicas, lo que a su vez permite reducir hasta en 20 % el costo de calefacción y enfriamiento de los edificios sobre los cuales se desarrollan.
Cuando la lluvia cae en un techo convencional, resbala por los acantilados artificiales de la ciudad y corre por cañones igualmente artificiales hacia desagües pluviales donde no se absorbe ni se filtra y escapa casi sin tropiezos. En contraste, un techo viviente hace las veces de dehesa: absorbe y filtra el agua, frena su carrera e incluso almacena una parte para uso posterior. A la larga esto contribuye a reducir el riesgo del desbordamiento de alcantarillas, prolonga la vida del sistema de drenaje urbano y devuelve agua limpia al manto acuífero circundante.
Ante todo, no podemos perder de vista que los techos vivos son habitables y rescatan lo que hoy, en esencia, no es más que un espacio negativo dentro de la ciudad, y lo convierten en una cadena de islas elevadas y conectadas con el campo circunvecino. Grandes y pequeñas especies han ocupado los techos vivos.
Y no es sólo cuestión de crear un hábitat nuevo o reproducir uno existente. Con 95 años de antigüedad, el tejado vivo de un sistema de filtración de agua en Zurich, Suiza, es refugio de nueve especies de orquídeas nativas erradicadas de las inmediaciones cuando el hábitat campestre quedó transformado en tierras de cultivo.
Los partidarios de los techos vivos afirman haber resuelto la mayoría y quizá todos los desafíos técnicos inherentes al injerto de un manto biológico encima de estructuras de cualquier escala: desde un quiosco de verduras o un paradero de autobuses hasta el tejado de cuatro hectáreas de la planta de camiones Ford, en Dearborn, Michigan. Aunque el costo promedio por la instalación de un techo verde pueda ser dos o tres veces superior al de uno convencional, a la larga resultará mucho más barato debido, en gran medida, al ahorro de energía. Asimismo, la vegetación protege el tejado de la radiación ultravioleta y prolonga su vida útil, además de requerir una atención distinta, semejante a la jardinería de bajo mantenimiento.
No obstante, persisten algunos retos filosóficos que deben enfrentarse, muchos de ellos relacionados con la idea misma de lo que debe ser un tejado y su función. Mientras que algunos clientes prefieren techos de fácil mantenimiento y que permanezcan verdes durante todo el año, como prados perennes en el cielo en vez de pastizales estacionales, constructores y arquitectos favorecen soluciones intercambiables, estandarizadas y universales, como los sistemas de azoteas verdes que ofrecen actualmente algunos de los grandes corporativos de la industria de los techos vivos.
Ahora bien, el tejado viviente no es una simple opción biológica al techo inerte. Requiere una conceptualización completamente distinta. Aunque el techo verde estandarizado, como una alfombra de suculentas del género Sedum, resulta mejor que un techo convencional, es posible construir techos vivos que utilicen especies endémicas y ofrezcan más beneficios ambientales –un modelo local, por así decirlo–. El objetivo de algunos desarrolladores es encontrar la manera de construir techos vivos ecológica y socialmente adecuados en todo sentido: con bajos costos ambientales y disponibles a la mayor cantidad posible de personas.
El suizo Stephan Brenneisen, científico y firme defensor del potencial de biodiversidad de los tejados vivos, comenta: “Debo encontrar soluciones fáciles y baratas utilizando materiales provenientes de la región”, lo cual conduciría a instalar menos plásticos y otros materiales de uso intensivo de los recursos energéticos entre la estructura del techo y las plantas. Lo importante no es sólo que el techo viviente funcione sino que lo haga de la manera más sostenible posible, consumiendo la menor cantidad de energía y generando, al mismo tiempo, el mayor beneficio para el hábitat humano y no humano.
El otoño pasado viajé a Portland, Oregon, y subí al tejado del Edificio Portland, en el piso 15. Mi guía era Tom Liptan, gerente del Programa Ecoroof de la ciudad y confeso apasionado de las aguas pluviales, quien inició sus experimentos con azoteas verdes en 1996 con la construcción de una en la cochera de su casa. Caminamos hasta el pretil, entre sembradíos de suculentas y festucas, para observar el tejado del Ayuntamiento de la ciudad de Portland, varios pisos más abajo. Era una azotea convencional de brea negra, el tipo de tejado que hemos dado por descontado desde hace décadas. Sin embargo, como parte del Proyecto Gris a Verde de la ciudad (programa para la administración sostenible de aguas pluviales), el edificio muy pronto será acondicionado con un techo vivo. “Los empleados lo han solicitado”, reveló Liptan.
¿Cuántos de los que han trabajado allí, a lo largo de la historia del edificio municipal, se han detenido a pensar en el tejado de negra brea sobre ellos? Una vez concluido, seguramente el techo viviente recibirá pocos visitantes, pero todos recordarán siempre su presencia y el hecho de que aporta un hábitat al corazón de Portland, filtra agua de lluvia y modera la temperatura. Aquella imagen me hizo recordar una observación de Stephan Brenneisen: “Las personas son más felices en un edificio que devuelve algo a la naturaleza”.
Imaginemos los millones de hectáreas de tejados antinaturales en todo el mundo. Ahora, visualicemos restituir a la naturaleza algo de esa enorme impronta humana creando espacios verdes donde antes sólo había asfalto y grava. Si la consecuencia es un mínimo de felicidad humana, ¿quién puede quejarse?
_______Fuente: http://ngenespanol.com/

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